Historia

Libro de Reglas de la Hermandad de la Vera+Cruz.

La Hermandad de la Vera+Cruz de Ronda ha sido considerada una de las corporaciones rondeñas de mayor trascendencia y antigüedad. De acuerdo con la documentación disponible, la Ilustre y Santa Hermandad de la Vera+Cruz, Sangre y Llagas de Nuestro Señor Jesucristo fue aprobada el 18 de mayo de 1538 ante el Escribano de su Majestad en la ciudad de Ronda, Gutiérrez de Soto, y de manos del Obispo de Málaga, fray Bernardo Manrique. Según estos documentos, los fundadores de la Hermandad habrían sido los Alcaldes Jerónimo Vázquez y Martín Pérez, así como Alonso Sánchez, Juan Vázquez, Sebastián de Dueña y el Guardián del monasterio de San Francisco de Ronda fray Juan de Espinosa. Es más, el 29 de mayo de 1538 el Provisor de la Archidiócesis de Sevilla certificó las Reglas a seguir por la institución rondeña previa consulta administrativa al Arzobispo Alonso Manrique. Este último personaje –cabeza visible de la curia hispalense y hermano de la Cofradía de la Vera+Cruz de Sevilla– las ratificó de forma definitiva el 7 de junio de 1538, concediendo doscientos días de perdón para cualquier persona que se incorporase a la corporación de penitencia. No deja de ser significativo el hecho de que las reglas y estatutos de la primitiva agrupación rondeña estuvieran basadas en las de la hermandad homónima y matriz de la urbe sevillana. En lo concerniente a la Diócesis de Málaga, los diversos capítulos de estas Constituciones fueron aceptados y corroborados el 15 de junio de 1545 por el Obispo fray Bernardo Manrique en presencia del Notario Andrés de las Cuevas.

Inexistentes de forma legal en sus primeros años de recorrido, estas ordenaciones se patentaron a instancias del escribano de Ronda Alonso Jiménez. Cuatro años antes, el 17 de mayo de 1541, el mismo Provisor de Sevilla revocó alguno de los capítulos de las reglas ya entregadas. Definitivamente, el 12 de julio de 1545 llegaron a la Ciudad del Tajo las reglas e indulgencias preceptivas por orden de los Alcaldes Diego Quintero y Martín Pérez y los Mayordomos Juan de Olmedo y Alonso Jiménez, recibiendo el visto bueno del Escribano Gutiérrez de Soto.

Sin embargo, y tras revisar exhaustivamente la documentación manuscrita existente en los archivos locales, pensamos que la cofradía rondeña existió en fechas anteriores a las citadas, organizándose sin regla alguna tras la incorporación de la ciudad a la Corona de Castilla, esto es, en los años posteriores a 1485. Es posible que esta corporación penitencial y de disciplinantes se hallase unida al monasterio seráfico de San Francisco de Asís que se fundó precisamente en aquellas fechas por los Reyes Católicos, pudiéndose relacionar en su origen con grupos de Terciarios seglares. En cuanto al primer punto, en la aprobación institucional de 1538 se especifica que aquella Hermandad de la Vera+Cruz era nuevamente fundada e instituida. Respecto a la segunda cuestión, queda patente dicha relación al declararse que las ordenanzas de mediados del siglo XVI se trajeron a Ronda “con el parecer y acuerdo del muy Reverendo Señor y Padre fray Juan de Espinosa, guardián del monasterio de Señor San Francisco, donde tenemos nuestra advocación”. Además, en los aludidos expedientes no aparece en ningún momento el nombre de la iglesia de San Juan de Letrán, salvo en las anotaciones realizadas al respecto en 1845, por lo que podemos suponer que la incorporación de la Cofradía a este templo –hoy Santuario de la Paz– se llevó a cabo en fechas posteriores. Por otra parte, es bien sabido que la Orden Seráfica del Padre San Francisco alentó en todo momento la fundación de hermandades y cofradías penitenciales, como las dedicadas a la Vera+Cruz y Sangre de Jesucristo, con fuerte arraigo en Andalucía.

Son aún desconocidas las razones y cronología del establecimiento de la Hermandad de la Vera+Cruz en la iglesia de San Juan de Letrán, si bien es de suponer que durante la nueva aprobación de las Constituciones ejecutada en 1615 por el Obispo de Málaga, Luis Fernández de Córdoba, ya se había realizado tan significativo traslado. Con respecto a esta cuestión debe añadirse que en la Devota novena de Nuestra Señora de la Paz redactada por el predicador capuchino fray Diego José de Cádiz (1743-1801), se especifica que la Hermandad de la Vera+Cruz estuvo siempre establecida en esta iglesia. Justo es decir que, en 1568, se la cita ya en el testamento de los patronos de la parroquia. A partir de estos datos podría encuadrarse el traslado de la Hermandad durante los años cincuenta o sesenta del siglo XVI. La Cofradía llegó a adquirir tal importancia en este nuevo recinto que, a finales del Quinientos, compartió la advocación principal con la de San Juan Evangelista y fue parte imprescindible en el funcionamiento del aledaño Hospital de la Sangre para pobres transeúntes. Por otra parte, la Hermandad de la Vera+Cruz de Ronda pidió a la cofradía matriz de Sevilla la bula en la que el Cardenal de la Santa Cruz había ofrecido distintas gracias y facultades a las cofradías de disciplinantes de los reinos de España. Estas indulgencias y recomendaciones–enviadas desde Toledo a Sevilla en marzo de 1537– fueron recibidas en la Ciudad del Tajo en el mes de julio de 1545.

También hallamos en esta Cofradía antiguos vínculos de unión con el monasterio de Clarisas de Santa Isabel de los Ángeles, lo que incide en el acentuado carisma franciscano revelado por esta corporación desde su origen. Estos motivos, entre otros muchos, han servido de argumento para la refundación de esta hermandad incardinada actualmente en el mencionado convento seráfico. La trama del asunto se centra en el testamento formulado por la fundadora del cenobio Catalina Triviño: ejecutado en 1542 tras el fallecimiento de su marido Luis de Oropesa, se manifiestan en él ciertas relaciones entre ambas instituciones, basadas en el hecho de que Catalina Triviño era cofrade en la Hermandad de la Vera+Cruz. Cronológicamente se trata, pues, de una de las primeras personas incorporadas a la aludida Hermandad y hasta el momento la primera mujer documentada perteneciente de facto y de iure a la corporación penitencial. Una de las cláusulas testamentarias de Cataliña Triviño revela al respecto:

Yten mando que si mi fallescimiento [sic] fuere por la mañana que los beneficiados de las yglesias desta cibdad traygan mi cuerpo a la yglesia del dicho monesterio de Santa Ysabel e venga todo el cabildo juntamente con ellos e las cofradías del Santísimo Sacramento e de la Vera+Cruz donde yo soy cofrade y que me digan una misa cantada solemne con diácono e subdiácono e salgan sobre mi sepoltura a dezir sus responsos cantado e se les pague por ello de mis bienes la limosna acostumbrada y que deseen el cuerpo en la dicha yglesia de Santa Isabel para que lo entierren los frayles que sirven el dicho monesterio…

La documentación inédita consultada revela que existieran otras corporaciones con el título de la Vera+Cruz o Santa Cruz en la ciudad de Ronda. En efecto, aparecieron cofradías con esta advocación en la antigua parroquia de Santa Cecilia –hoy de Nuestro Padre Jesús–, en la iglesia de los Trinitarios Descalzos y, por dos veces, en la parroquia del Espíritu Santo. Todas ellas, eran Hermandades de escasa relevancia y reducido número de componentes y, salvo una de las del Espíritu Santo, no acostumbraban a salir en estación de penitencia. Asimismo, queda verificado que eran Cofradías de menor antigüedad, pues en general tuvieron su origen en los siglos XVII, XVIII y XIX. Precisamente durante la centuria decimonónica, y en concreto en el año 1845, la Hermandad de la Vera+Cruz, Sangre y Llagas de Nuestro Señor Jesucristo estaba radicada en el Santuario de la Paz, dependiente de la iglesia de Santa María de la Encarnación La Mayor, y su hermano mayor y depositario era por entonces Salvador Orozco. En aquellos momentos, la Hermandad tenía sus correspondientes Constituciones y realizaba su salida penitencial en la noche del Jueves Santo.

Retrato de Pedro Romero y Martínez.

Como anécdota singular, cabe resaltar que a finales del siglo XVIII –en concreto el 1 de abril de 1791– se nombró hermano mayor de la cofradía de la Vera+Cruz al creador del toreo a pie, Pedro Romero y Martínez. Este personaje llegó a protagonizar diversos capítulos conflictivos durante los veintiséis años que se mantuvo –como poco– al frente de la Cofradía. En este sentido, en 1817 salió un pleito a la luz pública en el que la Hermandad se enfrentaba judicialmente con los Hermanos Hospitalarios de San Juan de Dios establecidos en el Hospital Real de Santa Bárbara. El motivo y origen de la disputa radicaba en una porción de tierra –el llamado Cortijo de la Auxima o Jaujima– de la que al parecer se había apropiado la Orden Hospitalaria de forma ilegal. Debido a la gravedad del asunto, ambas partes se pusieron en manos de representantes jurídicos. Así, mientras que la Hermandad de la Vera+Cruz y su hermano mayor –Pedro Romero– escogieron por agente judicial a Francisco Reguera Medina, Antonio de Torres –administrador del Real Hospital, capellán retirado y miembro de la Orden de San Fernando– dejó la gestión del tema en manos de Joaquín Orozco Galiacho. Con el proceso burocrático en marcha, la Hermandad de la Vera+Cruz presentó una copia del testamento otorgado en 1568 por Francisco Morales y Juana de Medina –fundadores de la primitiva iglesia de San Juan de Letrán–, en el cual se especificaba la legacía de la referida propiedad a la institución de penitencia. Desde ese momento, ambas partes entraron en un juego de descalificaciones mutuas que consiguieron embrollar, aún más si cabe, el caso. Fue tal el grado de discordia que los Hospitalarios llegaron a poner en duda la mayordomía de Pedro Romero, mientras que la Hermandad de la Vera+Cruz puso en tela de juicio la fundación por patronato real del Hospital de Santa Bárbara.

Resulta interesante analizar las primitivas reglas de la Hermandad de la Vera+Cruz de Ronda, como sabemos copia casi literal de las pertenecientes a la cofradía matriz de Sevilla. En estas Constituciones se prescribía que debía haber dos tipos de hermanos: los denominados de luz –portadores de hachas encendidas en la procesión del Jueves Santo– y los de sangre o disciplinantes. Además, para todos los actos festivos de la Hermandad, como podía ser la fiesta de la Santa Cruz el día tres de mayo y la Virgen de Agosto, llevarían siempre cera verde marcada con el escudo propio en rojo. La Cofradía debía estar siempre compuesta por dos mayordomos, dos alcaldes, un escribano, un muñidor y ocho diputados, elegidos en cabildo el domingo siguiente a la fiesta de las Cruces de Mayo. Por su parte, los hermanos disciplinantes debían seguir también una serie de normas a la hora de salir en la procesión de la Semana Santa:

Yten ordenamos e mandamos y tenemos por bien desde haora [sic] para siempre jamás que se haga general disciplina el jueves de la Semana Santa en la noche para lo que sean obligados todos los hermanos de venir a las 9 horas del dicho día en la tarde e que venga cada uno confesado e comulgado so pena de perjuro, y empropósito de lo hacer, e más sean obligados a traer cada uno un aparejo de camisas disciplinas e las camisas sean de anglo vuradi largas hasta el suelo con capirotes romos que cumplan el rostro e la disciplina sea con manojo [cortado] de suelas o con lo que algunos hermanos acostumbrase haser sus disciplinas e todos los hermanos lleben zeñidor y cordones de San Francisco e los escudos en el pecho con la insignia de la Santa Vera+Cruz y Sangre de Jesucristo e que los hermanos que no pudieren ir descalzos puedan llebar su arpargatera.

El encabezamiento de la procesión debía estar compuesto por seis hermanos –entre ellos el mayordomo– ataviados todos con camisas negras y una cruz roja y, tras éstos, se colocaría un grupo de cantores y una persona con trompeta que demostrarían en todo momento el estruendo y el clima doloroso que debía exteriorizarse en el cortejo. A continuación, los restantes hermanos se repartirían en dos filas formando parejas, cerrándose el séquito con un gran crucifijo portado siempre por una persona eclesiástica vestida de negro. Esta comitiva tendría que realizar cinco paradas o estaciones, siendo obligatorias dos de ellas en la Iglesia Mayor y el Convento de San Francisco de Asís. Para la organización y puesta en funcionamiento de todo este aparato religioso se celebraría cabildo general ordinario el Domingo de Ramos.

En otro orden de cosas, cuando cayera enfermo alguno de los hermanos de la Cofradía estaban obligados a acompañarlo periódicamente hasta el momento en que sanare. Por el contrario, si llegaba la hora de su muerte lo velarían, portarían el féretro sobre sus hombros desde su casa a la iglesia, y lo acompañarían con las mejores galas de la colectividad. Anualmente, los hermanos de la institución religiosa tenían que pagar una cuota o luminaria que ascendía a la cantidad de treinta y seis maravedíes, los cuales serían guardados en un arca que poseía el mayordomo y del que se habían repartido tres llaves.

Como insignias más significativas, poseía una demanda y una cruz verde con la que salían a pedir en las festividades correspondientes. Los clérigos que quisieran incorporarse a esta Hermandad serían tratados como cualquier otra persona, con los mismos deberes y derechos. En la noche del Jueves Santo, y tras haber finalizado la procesión, los disciplinantes tendrían reservado un lavatorio donde serían auxiliados por diversos hermanos escogidos por el mayordomo, ofreciéndoles vino y alimentos para evitar su desfallecimiento. El mayordomo debía disponer de un número de camisas, disciplinas y aparejos de flagelo para aquellos que no los trajeran de sus casas. Según el reglamento constitucional, se prohibía el ingreso de aquellas personas amancebadas o que estuviesen inculpadas de algún pecado público. Todo hermano que incumpliera alguna de estas ordenanzas sería multado con una cantidad económica que variaba según la falta cometida.

La reorganización de la Cofradía de la Vera+Cruz de Ronda a finales del siglo XX, se vio pronto reforzada con la unión de la Venerable Hermandad de Paz y Caridad establecida inicialmente en el antiguo Hospital de la Caridad –hoy convento de la congregación religiosa de las Hermanas de la Cruz– y desde el XIX en la iglesia del que fuera convento hospitalario de San Juan de Dios. Fundada desde 1490, esta Cofradía tenía por objeto asistir a los reos en capilla, pedir limosna para hacer bien por sus almas, conducirlos hasta el lugar del suplicio y auxiliarlos en todo lo que necesitaran, hacer cumplir sus disposiciones testamentarias, bajar sus cadáveres del patíbulo y sepultarlos cristianamente, así como cuidar de la educación de sus hijos si es que los tenían. Del mismo modo, los hermanos debían asistir el Viernes Santo a la procesión del Santo Entierro, socorrer con limosnas a los pobres de la ciudad y concurrir a los viáticos y sepelios de los hermanos enfermos y fallecidos.

Las Constituciones, aprobadas el 24 de noviembre de 1687 por el Provisor y Arcediano Juan Manuel Romero Valdivia y a instancias del Obispo fray Alonso de Santo Tomás, aportan nuevos datos sobre la organización y funcionamiento de la Cofradía. Los estatutos llegaron a realizarse por mandato de los hermanos Mateo Luzón y Tenorio, Andrés de Ahumada Luzón y Mendoza, Antonio de Cabrera, Juan de Estrada y Benítez, Bartolomé Félix de Ahumada, Bernabé Bravo de la Laguna, Francisco Torres y Medina, Pedro Ruiz y Gaspar de Pineda. Estas reglamentaciones establecían que debía haber un número determinado de hermanos que nunca superaría la cantidad de cuarenta. Aquella persona que deseara incorporarse a la Cofradía tendría que esperar a que se diera de baja alguno de ellos y recibir el visto bueno de Mateo Luzón, hermano mayor y capellán del templo de Santa María; si llegara esto a producirse, el nuevo integrante estaría obligado a donar un cirio de tres libras de cera amarilla. La fiesta principal de instituto se dedicaba anualmente a la Virgen de la Caridad el tercer domingo del mes de septiembre, eligiéndose en este día los cargos de mayordomo, ayudante de mayordomo y fiscal. Además, todos los componentes de la corporación estaban obligados a sufragar una misa por los hermanos fallecidos. A los difuntos de la Hermandad se les acompañaría con cirios, andas y guión, y dos de los miembros de este grupo irían pidiendo por las calles en este cortejo para costear las misas pertinentes. Estas medidas se tomaron también con los ciudadanos que eran declarados pobres de solemnidad. Por otra parte, en las Reglas de 1854 se aclaraba que la Hermandad se componía jerárquicamente de un protector, hermano mayor, fiscal, depositario y secretario. En la comisión de culto se nombraron los cargos de santero, camarera de la Virgen y San Bartolomé, este último patrono de la institución cuya festividad se celebraba el 24 de agosto. En todos los actos públicos los hermanos debían asistir vestidos de riguroso negro y con estricta etiqueta en la fiesta del patrono. Con respecto a las insignias de la corporación, en las representaciones se llegó a utilizar un estandarte con borlas amarillas y escudo de elementos alegóricos en el centro, acompañado con dos faroles de cabo largo pintados en verde y negro que ostentaban en sus cristales el significativo título de Caridad.

El siglo XIX trajo consigo una sucesión de noticias relativas a la Hermandad. Así en el año 1818 se entabló un largo pleito entre Francisco Pedro Tordesillas –Regidor y Mayordomo de la Cofradía– y el Regidor Perpetuo de la ciudad Agustín Gil de Atienza. La demanda se basaba en el hecho de que Agustín Gil, antiguo Hermano Mayor y depositario, se había apoderado de los libros, papeles de cuentas, enseres y fondos de la corporación, negándose a devolverlos. Este hecho generó un gran caos organizativo y económico en el seno de una junta, que ni siquiera por vía judicial pudo lograr recuperar con prontitud los objetos y documentos.

A mediados del siglo XIX, la Hermandad de Paz y Caridad atravesaba por un delicado momento económico. Prueba de ello, es que el Padre Francisco de Paula Lavar les reclamó durante largo tiempo el estipendio establecido al predicar en la función del patrono San Bartolomé. En otro orden de cosas, en 1837 se demolió la cubierta de la iglesia de la Caridad por su pésimo estado de conservación, causando graves daños –entre otros muchos objetos– en lo que era el pavimento de la nave congregacional. Ante unas reformas tan costosas, la Hermandad en pleno decidió pedir ayuda a la Junta Municipal de Beneficencia, cuyos dirigentes respondieron con ciertos bienes y beneficios una vez transcurridos diez años desde la realización de la obra.

La Hermandad de la Caridad de Ronda recibió constantes influencias a través de la cofradía homónima radicada en la ciudad de Sevilla. Prueba de las constantes relaciones, fue que el 6 de marzo de 1848 el hermano mayor de la institución hispalense envió una carta y limosna a la Cofradía rondeña de la mano de Miguel Navarro para que socorrieran a los más necesitados de la población serrana. En este sentido, aquellas personas que actuaban como intermediarios en la entrega de estas cartas disfrutaban de cuarenta días de indulgencias concedidas el 19 de mayo de 1670 por el Arzobispo de Sevilla Ambrosio Ignacio Espínola y Guzmán.

Con la clausura del Hospital de la Caridad tras la Desamortización de Mendizábal, el Ayuntamiento donó a la Cofradía de Paz y Caridad la antigua iglesia del Hospital de San Juan de Dios situada en calle Armiñán. Allí permaneció hasta 1934, cuando se reconstituyó mediante los estatutos aprobados por el Obispado, con una máxima responsabilidad que recaía en el Mayordomo Juan Carrillo. Los sucesos de la Guerra Civil mermaron de manera ostensible el número de hermanos y los sumieron en un desaliento temporal del que supieron salir más que airosos. Con la intención de reorganizar la corporación y conferirle aún mayor fuerza, los miembros supervivientes –en especial Francisco Martos y Rafael Gutiérrez del Álamo– se reunieron en 1950 en la casa del sacerdote José Parra Grossi y no sólo lograron este objetivo, sino que de allí mismo salió nombrado Rafael Gutiérrez como Hermano Mayor.

En 1970, el lamentable estado de conservación de la antigua iglesia hospitalaria obligó a trasladar las principales piezas de su patrimonio hasta la Colegiata de Santa María, con el público reconocimiento de que continuase perteneciendo en propiedad a la Cofradía. Siete años después, el Ayuntamiento decidió ceder al Estado los terrenos de la iglesia de San Juan de Dios demoliendo las ruinas sin haber consultado esta decisión a la Cofradía de Paz y Caridad. Ante la polémica suscitada, el Concejo en pleno asumió el error cometido y acordó darle en contraprestación unos locales situados en los bajos del Ayuntamiento –hoy Capilla-Oratorio de Nuestro Señor del Perdón–, donde pudieran desarrollar los cultos y actividades internas.

Santa Cruz de Mayo, tallada por Vicente Becerra Jiménez.

Desaparecida en la segunda mitad del siglo XIX, la Hermandad de la Vera+Cruz logró reorganizarse en 1992 tras varias tentativas fallidas, gracias en parte a su adscripción a la antigua Hermandad de la Caridad que todavía subsistía con algunos de sus miembros. Para ello, en 1980 se produjo una fallida reunión en la sacristía de la parroquia del Socorro con los hermanos de la Caridad José Parra Grossi, Francisco de Carrillo Mendoza y Joaquín Serratosa, a fin de intentar una fusión que no llegó a producirse hasta pasados unos doce años. Por fin, el 13 de febrero de 1992 se consiguió la tan ansiada unión, coincidiendo con la reorganización de la Hermandad de la Vera+Cruz y la elaboración de las nuevas Reglas, aprobadas por el Obispado previa modificación de algunos de sus aspectos que impuso la Delegación de Hermandades y Cofradías. Fue entonces cuando esta corporación reunió a un grupo de jóvenes entusiastas que auspiciados por el párroco de la Colegiata de Santa María –Gonzalo Huesa Lope– y apoyados en una serie de personas con un profundo sentimiento cofrade, han logrado conformar en tan corto periodo de tiempo un patrimonio artístico envidiable que se encuentra, sin duda alguna, a la cabeza del conjunto de Cofradías rondeñas.

Tan vertiginoso adelanto, tiene su origen en el esfuerzo constante y el duro trabajo desempeñado por sus componentes durante todo el año, una labor que no se restringe a las procesiones de Semana Santa, sino que hace especial hincapié durante en aspectos como la caridad, la formación espiritual de los hermanos y el culto a las sagradas imágenes. Entre éstas últimas cabría destacar el Quinario a Nuestro Señor del Perdón y el Triduo a María Santísima de las Penas en la Colegiata de Santa María –donde se trasladan desde la capilla de calle Armiñán–, los cultos a otros titulares como Nuestra Señora de la Luz, San Francisco y Santa Clara de Asís y San Juan de Dios, la Exaltación de la Cruz el 14 de septiembre y el “Corpus Christi”, con mayor razón de ser desde que el Obispo Antonio Dorado Soto concedió a la Hermandad el título de Sacramental el pasado 16 de septiembre de 2005.

Detalle del escudo corporativo.

Tras la unión y asociación jurídica de estas dos hermandades, el emblema actual de la Cofradía de la Vera+Cruz se compone de dos ovalados medallones entre los que se levanta una cruz arbórea como símbolo cristiano, en referencia a la Verdadera Cruz de Jesucristo. Estas cartelas inferiores exhiben la básica dualidad heráldica de la Hermandad penitencial, esto es, la insignia de la antigua Cofradía de la Vera+Cruz –con el anagrama de Jesucristo rodeado de elementos pasionistas como los clavos, tenazas y martillo–, y el emblema de Paz y Caridad con la cruz latina flanqueada por una rama de olivo –alusiva a la paz– y una hoja de palma –relativa a la caridad–. Los dos elementos vegetales se encuentran unidos formal y simbólicamente en sus extremos inferiores.