María Santísima de las Penas
María Santísima de las Penas en el Misterio de su Inmaculada Concepción.
La imagen de María Santísima de las Penas fue también ejecutada por el escultor hispalense Luis Álvarez Duarte. Esta Dolorosa, a cuyo título se le añade el del Misterio de su Inmaculada Concepción, es una imagen de candelero para vestir de tamaño algo inferior al natural según se infiere de los 166 centímetros que mide. Al igual que en la talla anterior, también se utilizó en ésta la madera de cedro ahora restringida a la cabeza y las manos, un hecho que hace que el autor se vuelque en los aspectos expresivos que intenta transmitir al fiel. El óvalo facial de marcadas redondeces –con pronunciado mentón– enmarca un rostro naturalista de cierta candidez y comedido sentimiento, sostenido por una leve aspiración que deja entreabierta la balbuceante boca. El reflejo incipiente de la arcada superior de los dientes y el extremo de la lengua subrayan, más si cabe, el realismo que este autor patentiza en sus obras. El perfil aristado de la nariz contrasta poderosamente con unos ojos grandes y almendrados de mirada elevada y pupilas de acentuada dilatación. El barnizado de éstos, junto al postizo de las pestañas- contribuye a aumentar la sensación lacrimosa y doliente desbordada en las tersas mejillas con numerosas lágrimas.
Qué duda cabe, que las arqueadas cejas y el ligero fruncido del entrecejo –resaltado bajo la despejada frente– ayudan a aumentar el dolor letífico. Como es lógico en este tipo de representaciones, su noble estampa sólo se altera a larga distancia con el giro de la cabeza hacia la izquierda en conjunción a un proporcionado cuello de tensa musculatura. Todo ello, enmarcado por una cabellera de pelo natural peinada con raya al centro recogida en la parte occipital para dejar al descubierto los pabellones auditivos. Los brazos articulados permiten la colocación apropiada de unas manos estilizadas con una disposición muy personal que se refleja en las obras de este autor.
La extensión y evidente separación de los dedos índice y pulgar encuentran su contrapunto en la alternancia y flexión que refuerza el movimiento en el corazón, anular y meñique. A la expresión realista contribuye, y mucho, una acertada policromía que subraya el correcto modelado, imprimiéndose unos tonos marfileños y nacarados que acentúan la palidez del rostro y unos surcos sonrosados alrededor de los ojos que resaltan en cierta medida la impresión patética de ese dolor atenuado.