Nuestro Señor del Perdón
La imagen de Nuestro Señor del Perdón fue concebida por su autor, Luis Álvarez Duarte, –y según la idea inicial de la Hermandad– para procesionar erguido y en solitario efigiando el momento en el que el Salvador abraza la Cruz por primera vez antes de emprender el camino del Calvario. Esta emblemática representación, donde la cruz adquiría todo el protagonismo por aparecer alzada y de manera frontal, fue alterada poco tiempo después por la misma Hermandad al dársele un giro de noventa grados para hacer descansar todo su peso sobre el hombro de la escultura. Este rasgo, más la inclusión esporádica de la corona de espinas, provocó un cambio iconográfico fundamentado en un motivo poco usual como era el de portar la cruz a la inversa, es decir, con el travesaño largo sobre el hombro conforme a los grabados centroeuropeos que ya circulaban por la Península Ibérica en la primera mitad del siglo XVI.
Nuestro Señor del Perdón.
Se trata de una escultura en madera policromada para vestir que presenta talladas de forma pormenorizada la cabeza, manos, antebrazos, piernas y pies. Por su parte, los brazos se hallan articulados en aras de permitir una adecuada sujeción de la cruz y facilitar el traslado y vestimenta de la figura. La cabeza del Señor del Perdón se ciñe a los modelos dulcificados practicados por este autor desde hace varias décadas, eso sí, aquí expresada con una delicadeza y una seguridad de gubia que le confieren una impronta de verdadera belleza formal. El rostro refleja una nobleza y mansedumbre centrada en la relajación muscular y el gesto reflexivo que invita a la meditación. La interiorización expresiva se intensifica con unos ojos de mirada perdida, una boca entreabierta que deja vislumbrar la dentadura y una cejas levemente arqueadas que hacen fruncir el ceño aumentando, así, la sensación de dolor interiorizado.
Estas características se intensifican al ceñir su rostro a un escuálido contorno de marcados pómulos y unos mechones de pelo laterales que aumentan los claroscuros y, en consecuencia, el halo de misterio que rodea a la imagen. Todo ello, en perfecta sintonía con el leve giro de la cabeza hacia su izquierda para el que acomoda el cuerpo con un evidente contraposto, adelantando la pierna derecha y dejando bien atrasada la izquierda. El hecho de que esta última se impulse hacia delante apoyando únicamente los dedos del pie, origina una inclinación y curvatura del cuerpo necesaria para contrarrestar el peso de la cruz. Justamente, la acusada caída de los brazos tiende a ensalzar unas manos demasiado refinadas para una talla cristífera y que por su escaso arqueamiento y pronunciada apertura de los dedos más bien parece rozar el estipe para hacer descargar todo el peso en el hombro izquierdo. La ausencia de rasgos estridentes y patéticos en dicha imagen se complementa con una policromía de tonos oscuros y reflejos verdosos donde los rastros de sangre que se deslizan por la frente apenas tienen relevancia.
La firma del contrato con Luis Álvarez Duarte se hizo el 24 de enero de 1991, en tanto la entrega definitiva de la obra se produjo el 1 de abril de 1993. En el contrato se especificaba que debía hacerse a tamaño natural –mide 183 centímetros– y en madera de Cedro Real.